Jane Doe



Jane Doe




Día 11 de Septiembre de 1999

Jamás pensé que alguien como yo fuese a escribir un diario. Una persona con una vida aburrida cuyos acontecimientos vitales son de una banalidad absoluta.
Sin embargo quiero explicaros mi historia. El por qué mi vida en Sinamara ha adquirido algo de color.
No entiendo muy bien cual es la estructura de un diario así que improvisaré sobre la marcha iniciando mi relato con una descripción de mi misma.
Me llamo  Amy Catherine Jansen, tengo quince años y resido en las afueras de Sinamara, una pequeñita ciudad de clima frío y cielo permanentemente encapotado.
La genética me otorgó un cabello grueso y rizado de color castaño. Nada especial, mi tonalidad de piel lo considero normal sin embargo los nativos de Sinamara son tan blancos que podría considerárseme una muchacha bronceada de ojos marrones y rostro ovalado.
Lo dicho, una chica corriente viviendo una vida sin turbaciones en un ambiente apacible que no ofrece jamás un cambio, una novedad.
Vivo en una chalet adosado de tres plantas y un enorme jardín poblado de plantas, de tulipas y de rosales impregnados por el verdor y la vitalidad.
Mi casa se encuentra a tres cuartos de hora a pie del centro de la ciudad.
Recientemente mis vecinos de al lado pusieron el chalet en venta a un precio desorbitado. Las vecinas comentaban que se habían pasado de presuntuosos y que nadie lo compraría.
Para la desdicha de todas las lenguas el cartel fue retirado a la semana. Teníamos nuevos vecinos.
El tema fue quedando zanjado. Tampoco conocimos a los nuevos inquilinos y nadie se tomó la molestia de recibirlos.
Así fue pasando el tiempo. Acudía Lunes y Miércoles a mi academia de francés en la cual había gente de todas las edades excepto de la mía.
Hará cosa de dos semanas mi profesor mandó como tarea describir la ciudad Francesa de Montpellier en Francés con lo que acudí a la biblioteca central de la ciudad a buscar algún libro ilustrativo que pudiese ofrecerme imágenes dignas para llevar a cabo el cometido asignado.
La biblioteca de Sinamara es enorme pese a que la ciudad no es ninguna gran metrópoli. Con sus cuatro plantas y sus doce secciones diferentes constituye la mayor fuente cultural de la ciudad y de todos los pueblos cercanos. Los museos por desgracia quedan algo mas lejos.
Fui a tomar asiento con la pesada carga de diez libros que ilustraban las ciudades Francesas y otros tantos diccionarios.
Cuando cayeron sobre la mesa generaron un estrépito que llamó la atención de todos los concentrados en la lectura.
Me chistaron.
Frente a mí, ocultada por la torre de libros y diccionarios una muchacha que, conjeturé, tendría mi edad, leía un libro titulado "La Porfíria y otras enfermedades diabólicas" Fijé mis ojos en los suyos y quedé fascinada por la rapidez con la que barrían cada línea, sus ojos saltaban de párrafo a párrafo a una velocidad sorprendente y pasaba páginas en menos de un minuto. Jamás había visto a alguien abordar la lectura de ese modo.
Separé los libros de los diccionarios y abrí el primero llamado "Francia y sus paisajes"
La muchacha que leía frente a mí era un buen ejemplo de habitante de Sinamara. Llevaba el cabello rubio y de un rizo espumoso y bufado, recogido con un pasador azul con forma de mariposa a conjunto con el vestido. Esos ojos que devoraban letras y letras relucían bajo los focos de los fluorescentes con un característico azul cielo de una intensidad y claridad como jamás había visto.
La piel era blanca marfilina, incluso mas de lo que estaba acostumbrada a ver y tenia el rostro pálido y demacrado.
Intenté aludir a mi compañera de mesa y centrarme en la búsqueda de imágenes de Montpellier.
Pero ahora fue ella. Fue ella la que dejó la lectura y clavó su vista en mis libros.
Y después en mí.
Debo reconocer que me sentí tremendamente intimidada por aquella mirada fuerte y rígida color azul cielo. Sus ojos eran dos destellos de luz de día y bajo los fluorescentes adquirieron una tonalidad dorada. Un azul dorado ¿Extraño verdad?
Me estremecí cuando bajó sus ojos hacia los libros de nuevo. Tenía una forma extraña de actuar, de mirarte impetuosa como un depredador, de prestarle absoluta atención a cualquier cosa.
Me debatía yo entre la fascinación y el pavor. Una mezcla compacta que no había experimentado nunca.
Sus cabellos y sus ojos sugerían vida, una fuente de vitalidad y de luz pero, en contraste al fijarme en la yema de sus dedos descubrí cierto matiz grisáceo que seguro se vería potenciado bajo la luz del día.
Aunque allí, siendo las seis de la tarde ya hacia una hora que había anochecido.
- ¿Te gustan los paisajes Franceses?
Inquirió de repente. Creo que di un brinco de la sorpresa. Su voz surgió de sus labios como un canto agudo y delicado. Tenía la voz fina y de una intensidad notable, impoluta. Seguro que podría emitir grandes gritos y cantar notas imposibles.
Había algo de mágico en ella.
- En realidad es un trabajo de la academia.
La biblioteca entera era un mar de silencio en el que nuestros murmullos apagados se convirtieron en la voz protagonista, demasiado intensa para no ser percibida en el entorno, demasiado leve para que nos exigieran silencio.
Mi compañera de mesa ojeó los ejemplares.
- ¿Y qué es lo que pretenden?
Inquirió de nuevo con la vista clavada en las portadas duras y dobles de mis libros ilustrativos.
Me quedé sumergida instantáneamente en la profundidad de su mirada, era de rostro fino, muy infantil, pero si analizabas con detenimiento sus ojos encontrabas algo antiguo, el mismo paso del tiempo, el nacimiento, la muerte y la vejez reflejado en sus pupilas y la dureza y la desconfianza de aquel que conoce la vida lo suficientemente bien como para andar con cautela.
- Perdona, estaba pensando. Tengo que buscar imágenes de Montpellier y describirlas.
Entonces cogió los seis tomos que había recolectado y colocó dos, uno encima del otro sobre la mesa. Los cuatro sobrantes los aisló en una esquina.
- Aquellos son ricos en imágenes de Marsella, París y Versalles, si buscas imágenes de Montpellier estos dos tienen algunas bonitas.
Eclipsada.
Espero que en aquel momento no tuviese la boca abierta.
¿Como rayos sabía...? Negué en mi fuero interno que pudiese tener razón.
Abrí los libros que ella me había sugerido y efectivamente. Abundaban imágenes de Montpellier, su núcleo urbano, las afueras, las esculturas, los edificios y algunas zonas campestres.
La muchacha volvió a la lectura cuando la escudriñé largo rato, atónita.
- ¿Como sabias que libros tenían fotos de Montpellier?
Leía con la cabeza apoyada sobre la palma de su mano derecha y sostenía el libro con la otra. Apenas me di cuenta de que había vuelto el rostro cuando me sorprendió mirándome.
- Oh, hace tiempo ojeé fotos de Francia y consulté esos libros. Era solo por curiosidad, Francia no me atrae y no tengo intenciones de viajar allí.
Después de todo se trataba de una simple coincidencia.
- ¿Has viajado mucho?
Asintió inclinando su rostro hacia abajo. Tenía la barbilla puntiaguda, y los labios gruesos, con las comisuras teñidas de un color más oscuro que el conjunto labial.
- Supongo que podría decirse que sí. Nací en Budapest y he vivido en Brasov, Londres, Florencia, Madrid y en Little Rock, ahora yo y mi madre residiremos un tiempo en Sinamara.
Debía estar mintiendo. En apariencia no superaba los dieciséis años, es imposible que haya podido vivir en tantos lugares y sobretodo, tan retirados los unos con los otros.
Pero por precaución obvié que me estaba pretendiendo engañar.
- ¿Cuantos años tienes?
Inquirí de repente. Vaciló sobre si decírmelo o no. Al menos yo lo interpreté así.
- Quince años.
Respondió al fin con su hilito de voz.
- ¡¡Vaya, tienes los mismos que yo!!
Se estrujo aquellos abombados rizos de oro y repaso con sus uñas grisáceas el contorno de sus labios. Lo hizo lentamente, con delicadeza y una sensualidad sutil. Me descubrió observándola como búho que contempla la noche.
- ¿Como te llamas?
le pregunté en un susurro. No quería ser expulsada de la biblioteca.
La pregunta pareció inquietar a la muchacha que torció los labios algo contrariada. Mis dudas habían salido sin recato de mi boca y no había cavilado la posibilidad de que aquel cuestionario estuviese irritando a mi compañera de mesa.
- Mi nombre -hizo una pausa y entornó los párpados- Es...Jane Doe.
No era rauda adivinando los estados de ánimo de la gente pero juraría que la deprimió mi pregunta. Vaciló demasiado sobre si responderme y titubeó en la respuesta.
- El mio es Amy Catherine.
Tal vez así le transmitiría mas seguridad. Mas confianza.
Jane Doe cerró de un golpe seco ese inmenso libro de enfermedades extrañas y del interior brotó una llamarada de motas de polvo que se quedaron flotando en el espacio. Frente justo de su rostro.
Había algo que me resultó tremendamente hermoso y por un momento olvidé donde me encontraba. Solo la vi a ella, a Jane Doe, envuelta por un halo de motas de polvo volátiles y su rostro pálido, perfecto de ojos de inigualable belleza. En conjunto conformaba una imagen de hermosura incalculable. Era mágico. Ella era mágica y todo lo que la envolvía la tornaba etérea y grácil.
Y frente a ella estaba yo pensando en cosas estúpidas.
- Un placer Amy Catherine.
Se levantó de la silla y me hizo una reverencia agarrando con sus delicadas y finas manos ambos lados del vestido. Después salió por la puerta con la gracia y la elegancia de una mujer adulta.
Le perdí la pista cuando dobló la esquina y abandonó la estancia. Sin embargo aún veía su vestido azul desaparecer entre los limites de las paredes.
Ahora en casa, sé que es un relato extraño pero no he contado más que lo que he sentido al tener cerca de mí a aquella perfecta criatura. No era humana, era una diosa, no podía ser otra cosa. Debía de tratarse de una imagen angelical de rostro marifilinio y cabello de musa. Espero que no la haya asustado.
El nombre de Jane Doe me envolvió en una tormenta de incertidumbre y curiosidad durante toda la noche.

Día 14 de Septiembre de 1999

He estado hablando con papá toda la mañana.
Han pasado dos días y Jane Doe sigue clavada en mi mente. Quiero recuperar la cordura y la sensatez pero por más que pretenda convencerme de que no fue más que una charla  con una chica corriente mis pensamientos siguen evocando su recuerdo como si hubiese entablado conversación con un fantasma. Algo sobrenatural
Y sigo pensando que lo era.
Cavilé antes de alzarme de la cama si haría bien en contarle a mi padre lo que suscitó en mí mi nueva amiga pero la vergüenza y el temor a ser malinterpretada me llevaron a reducir los hechos.
- En la biblioteca conocí una chica muy extraña.
Le dije mientras fregaba los cacharros del desayuno.
- Dice que ha vivido en muchos lugares y solo tiene quince años.
Mi padre hizo caso omiso a mis palabras.
-Seguro que es mentira Cathe, lo diría por sorprenderte.
Me reí en mi fuero interno. Él no había visto sus ojos, su forma de leer, su forma de mirar, y la elegancia con la que andaba.
- Tal vez tengas razón.
Después de eso papá y yo hicimos la comida y tuvimos durante la velada una charla muy amena sobre el nuevo curso que ahora empezaría, le dejé caer mis deseos de que me apuntase a una academia de piano pero al mas mínimo atisbo de mis intenciones dejó muy claro que el presupuesto familiar no daba para esos caprichos.
Después de comer me encerré en mi cuarto. Aún no eran ni las tres. Me quedé atónita tumbada sobre la cama, contemplando el vaivén de la cortina que bailaba con el viento que entraba delicadamente, me fijé en mi desordenado escritorio y en las estanterías repletas de enciclopedias y libros escolares. Mi habitación estaba pintada de color verde, según mi padre incita a la concentración y se lleva las turbaciones consigo.
Sin embargo ahora mismo no apaciguaba mis deseos de volver a ver Jane Doe.
Jane Doe, Jane Doe, su nombre era un canto interminable que se cernía en mis sienes. Cerraba los ojos y veía su rostro, los abría y oía su vocecilla golpear con aquella estridencia aguda las paredes de mi cuarto.
Ella estaba en todas partes, su cabello rubio, su vestido azul y el destello de sus ojos se proyectaba en la lámpara, envuelta en la calidez que ellos mismos proferían.
Estaba rozando la histeria. No podía apartarla de mis pensamientos
¿Que era un embrujo tal vez, era una mensajera del mundo de la demencia, había venido para arrástrame consigo a un mundo en el que no existía el vacío, la paz y la harmonía?
Me levanté de la cama y decidí vestirme y salir a dar un paseo.
Me enfundé en una blusa blanca con transparencias y un tejano ajustado. Dejé mi melena suelta y apliqué corrector de ojeras bajo las cuencas de mis ojos.
Mi padre me preguntó a donde iba y respondí airada que a dar una vuelta. Me atavié en un anorak y rodeé mi cuello con una bufanda de lana
Las calles de Sinamara son todas ellas como una pintura otoñal aún en verano. El cielo estaba encapotado y, aunque no eran ya mas de las cuatro la luna asomaba entre las nubes y un manto de azul mas oscuro venía del horizonte con la intención de extenderse y cubrir Sinamara de tinieblas.
Otro factor agradable es que siempre corre airecito, esa tarde en concreto una brisa agradable de temperatura idónea. Abundaban arboles de hoja perenne, matorrales de intenso verdor y rosales que llenaban las calles y los parques de vida. Se respiraba naturaleza en el ambiente, el olor a rocío arrastrado por un viento mas frío de ponente.
Y dejé que fuesen mis pies los que me llevasen mientras degustaba con exquisita paz mi camino solitario en las desérticas calles de una ciudad tranquila y apacible de clima frío en la que las horas de noche imperan a las de luz de día.
¡Que dichosa era de vivir en Sinamara, aquel lugar era hecho a mi medida!
Tome asiento sobre una barandilla ancha de mármol cuando me encontré cansada del camino.
Volví la cabeza para contemplar el edificio que había tras de mí.
¡Maldita sea, estaba en la biblioteca!
Había otorgado licencia a mis piernas de escoger libres el destino y ellas habían decidido regresar a aquel lugar.
Amaba la biblioteca e idolatraba la lectura pero aquella vez solo había un motivo que me hubiese llevado hasta allí.
Mis ansias reprimidas por ver a Jane Doe de nuevo.
Quise luchar contra mis deseos. Pero oh dios ¡Juro que no pude!
La idea de encontrarme con ella de nuevo hacia latir con fuerza mi corazón.
Lo oía como golpeaba mi pecho y me impulsaba a entrar.
¿Y si no aparecía? Podría haberla asustado y esa sería la última vez que la vería.
Esa sola idea estrujó con fuerza mi estomago.
Entre decidida en el edifico y volví a la sección en la que me la encontré, entre las estanterías de libros de viajes. Pero la mesa que habíamos ocupado estaba completa y no encontré otro asiento libre. Desesperé y por hacer tiempo subí al piso de arriba en el que había una hilera de veinte estanterías o mas repletas de novelas clásicas de la literatura universal.
Ante estas un enorme ventanal me anunció la llegada de la noche. El cielo había sucumbido a la oscuridad y no eran más de las cuatro y media de la tarde.
¡Que hermoso era el paisaje nocturno de Sinamara! Me asomé casi hipnotizada por las luces de la ciudad y pegué los dedos al cristal. Oteaba un mosaico de lucecitas centelleantes dentro de las casas, las luces de las farolas alumbrando las aceras y el ruido de los pocos automóviles que se desplazaban en aquella sigilosa tarde oscura.
 Sumergida en mi asombro por aquel juego de luces y sombras, no percibí que algo se me estaba acercando por detrás. Lo primero que sentí fue un tacto glaciar posarse sobre mi hombro derecho y unos dedos que acariciaron mi omoplato con suavidad. Era frio como un iceberg pero tenia una forma de desplazarse por ellos que hizo que me estremeciera. Me volví. Supe quien debía ser.
- No es para tanto.
Susurró con aquella vocecilla que había reproducido tantas veces mi oído como un sonido imaginaro.
Así que era real, no una fantasía conjeturada por mi deseo de quebrar el aburrimiento. Me había tocado, había regresado y venido a mi búsqueda.
- ¿A que te refieres?
Al tenerla de frente aprecié que me sacaba unos centímetros de altura. Mi memoria no me engañaba, ni la había mitificado, era tan esplendida como la recordaba, su piel estaba tersa, uniforme y libre de imperfecciones. Sonrió y no se le dibujó ni una sola arruga. Los ojos eran de un azul claro como esa porción de manto celeste que rodea la luz del sol.
Y el cabello poseía la misma viveza, el mismo encanto de oro entrelazado.
No podía tratarse de un ser humano. ¿Porqué dios había creado una criatura tan magnifica, tan sobrenaturalmente perfecta?
- El paisaje tampoco es tan maravilloso, los he visto mejores.
Se alejó a inspeccionar las estanterías de novelas. Con la yema del dedo índice repasaba los títulos e iba descendiendo sin encontrar ninguno de su agrado.
- ¡Siempre hay los mismos libros!
A decir verdad el paisaje no era tan maravilloso. La miré a ella y las luces del exterior perdieron brillo y belleza a la vez que ella lo eclipsaba todo con una sola mirada efímera de reojo. La luminosidad que emitían sus ojos en aquel recoveco oscuro y apartado de la biblioteca era comparable con la luz que proyecta un faro sobre las oscuras e insondables aguas del océano. ¡Oh dios mio y yo era el barco que seguía ese resplandor, cegado y enamorado de la luz que lo conduciria al puerto!
Sus ojos eran mucho más grandes que los de nuestra raza, no cabía duda. Y ese color no podía ser humano. Nunca jamás había estado tan cerca de reconocer la luz del cielo en una pupila.
- ¿Te gusta leer Catherine?
Inquirió de repente con esa elocuente vocecilla cautivadora y musical de canto de ruiseñor.
- Si, pero prefiero el cine. La verdad.
Jane Doe sonrió con una desconcertante melancolía y se alejó de las estanterías de los libros.
- He pretendido huir de ti.
Afirmó clavando en mi una mirada que no logré descifrar. Si pudiese describir el torrente de sensaciones que me asaltaron en aquellos instantes...
- ¿Por qué?
A lo que ella me contestó:
- Porqué la primera vez que te vi me resultó inevitable dirigirte la palabra.
Desde luego no entendí el trasfondo de sus razones pero permanecí en silencio. Me asustaba equivocarme.
Aquella ninfa se aproximó a mi como flotando en el aire. Cada movimiento que hacia era ligero, volátil, etéreo, el efecto era el de una pluma que iba cayendo con esa elegante dilación.
- Salgamos de aquí.
Dijo Jane Doe y la seguí a la salida. Empezamos a recorrer cobijadas bajo la noche las calles dormidas de Sinamara a nueve grados centígrados. Me encogí en el abrigo y estreché más la bufanda. Sin embargo mi silenciosa compañera seguía andando con sus mechones rizados recogidos en un precioso lazo negro. Hoy iba vestida con una elegante camisa gris de cuello alto y una falda ancha de color negro que cubría unos pies pequeñitos adornados por unos zapatos negros de charol.
Tenía una forma tan clásica de vestir… Parecía una muñequita de porcelana.
Jane Doe me tomó la mano. Glacial como antes. Pero su tacto me reconfortó desorbitadamente y acaricié sus dedos como si de terciopelo se tratase. Ella debió darse cuenta de que me deleitaba con su tacto. No formuló queja.
- Este pueblo es precioso.
Sentenció dirigiendo su cabeza hacia todas las direcciones.
- Jane - le apreté de la mano y se detuvo- ¿A donde vamos?
Enseñó los dientes en una amplia sonrisa que se abrió camino a mi corazón a pasos agigantados.
No pude evitar reparar en que tenía unos dientes perfectamente blanqueados, puntiagudos y unos incisivos demasiado alargados.
- Aún es pronto. Me gustaría estar contigo esta tarde. Podemos dar un paseo y sentarnos en el parque.
Y siguió avanzando arrastrándome de la mano.
- Tus manos están frías.
Se detuvo antes de cruzar un paso cebra.
- Yo no voy tan tapada como tú.
Después de dar en mutismo absoluto varias vueltas por las afueras de la ciudad mi nueva amiga me sugirió tomar asiento en el parque de las rosas. Un lugar maravilloso repleto de fuentes, de grandes enredaderas, de tupidas madreselvas y rosales que escalan los muros de granito hasta un alto puente que protege las aguas de un lago de un turquesa cristalino
Jane Doe esta vez me dejó ir la mano. Y corrió como una liebre por el pasadizo central del parque. El pasillo estaba iluminado por una serie de farolillos colocados en el suelo que creaban un camino de luz hasta que el recinto se extendía como un prado vasto grande, de flores y belleza como jamás había visto.
Simplemente era mágico.
La veía correr como una paloma emprende el vuelo a través de ese ancho sendero de luces hasta que cayó rendida sobre la hierba, bajo el cobijo de un árbol de ramas que lloraban hacia el suelo.
Fue en si como un cuento de hadas. Una visión mitológica de la realidad.
Era Diana corriendo a través del bosque.
Pero su aspecto no insinuaba más que la inocencia de una chiquilla mayor que aún conservaba el encanto de una dulce criatura con la ligereza de una pluma.
Dio unos golpecitos en el suelo para que tomase asiento a su lado. Cautivada aún, atónita, lo hice como hipnotizada todavía por la anterior visión de ella. Era algo tan magno, tan grandilocuente que no puedo expresaros tal belleza en unas cuantas líneas. Es algo que simplemente deberíais ver. Pero que no degustareis jamás.
Porqué Jane Doe es mía, solo mía.
Tome asiento a su lado y empezó a balancearse sobre el césped.
Que simple y vulgar debería verme a su lado.
- Catherine ¿Vives en Sinamara?
Asentí inclinando la cabeza. Ella alegró su semblante alzando ambas cejas.
- ¿Y tú?
Deseé que la respuesta fuese si.
- Si, deberías venir a casa. Me gustaría enseñarte algunas cosas.
Después estuvimos en silencio un rato. Tumbadas en la hierba con la cabeza apoyada en las anchas raíces del árbol. Me observaba fija en mis ojos e incluso diría que bajó varias veces la vista hacia mi cuello. Yo la contemplaba como se observa una obra de arte en un museo. Era voluptuosa en sus formas y, pese a que en su rostro se imaginaba la inocencia de una niña su cuerpo era el de una esbelta mujer.
Posé atención en ese semblante de belleza clásica, el reflejo de la luna abonaba su rostro y daba la sensación que su piel era de plata, blanca y perfecta a conjunto con unos ojos que no eran mas que las estrellas del firmamento que recogía en su mera faz. El cielo a su lado perdía toda magnificencia.
- ¿No tienes frió?
Negó ladeando ligeramente la cabeza.
- Tengo mucho calor Catherine. -Sus incisivos asomaron entre los labios- Me estoy ahogando de calor.
Y concentrose de nuevo en mi cuello. La vista fija e inmóvil cual si pudiese notar el circular de mi sangre a través de la yugular.
- Yo estoy muy a gusto, la verdad.
Jane se incorporó súbitamente.
- Tengo muchísima hambre Catherine.
Sentenció. Su voz salió despedida entre jadeos y sofocos.
- Podemos ir a comprar algo de comer ¿Te gusta la Pizza?
Me alcé yo también esperando que mi joven amiga siguiese mi camino hacia la pizzería más cercana. ¡Que impulsos más extraños la dominaban! De repente tenía un calor asfixiante, después estaba tremendamente hambrienta.
- ¡Yo no puedo comer cualquier cosa!
Eso fue lo último que dijo antes de abandonarme. Se alzó airada. Parecía enfadada conmigo y corrió rauda y ligera, aún más deprisa que antes hasta que, una vez cruzado el pasillo de luces doradas se fundió entre las sombras de la noche.

Día 15 de Septiembre de 1999

No he sido capaz de levantarme de la cama.
He amanecido exhausta. Cansada cual si ayer hubiese corrido durante largas horas. Al levantarme me he notado turbada y debilitada, el sueño no  había favorecido a mis fuerzas y aunque no he tenido ninguna pesadilla hay alguna especie de influencia negativa que se ha extendido por cada extensión de mi cuerpo.
Mi padre ha venido a despertarme y al ver que ya tenia los ojos abiertos ha inquirido extrañado porqué no había bajado a desayunar. Le he dicho que me encontraba débil y no me sentía con fuerzas para bajar las escaleras. Ha acrecentado mis temores al decirme que mi rostro estaba pálido y tenia los ojos enrojecidos y febriles además de enmarcados por unas pronunciadas ojeras moradas que dibujaban todo el contorno de mi ojo.
Seguramente ayer pasé más frió del que sentí y ahora estaba resfriada. Era culpa de Jane Doe sin duda, con su aureola de paz lograba apaciguar toda sensación y no había dado tregua a mis sentidos para que notasen el frió calar en mí.
Papá me ha subido el desayuno a la cama y me ha preguntado que estuve haciendo por la tarde.
Le respondí que estuve con aquella chica de la biblioteca pues me la había vuelto a encontrar.
Me ha dejado sola en el transcurso de la mañana en debate con mis pensamientos y mis vedados deseos de correr en busca de Jane Doe. Imposibilitados desde luego por mi estado de fatiga injustificada.
Estaba volviéndome loca. Loca de una admiración idolatra hacia una chica que poseía todos los caracteres dignos de divinización. Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y arrebatadora. Los efectos de hecho, eran los mismos. Sentía que Jane Doe era mi droga, yo me nutria de su presencia cuando ella estaba conmigo, y, en su ausencia mi mente solo recreaba su imagen y atormentaba a mi ser con la desdicha de la distancia.
No podía ir a buscarla. ¡Salir corriendo y gritar su nombre al cielo esperando que desplegase sus alas para venir a mi búsqueda!
Tal vez ni siquiera existía, no era mas que un montaje que  mi atormentada y hastiada mente había creado para auto recrearse en algo utópico.
Jane Doe era el arquetipo de la belleza, de la perfección y la imagen mas angelical que ninguna capilla cristiana hubiese podido representar jamás.
A medio día mi padre volvió a mi dormitorio con una bandeja en la que expoliaba vapor un caldo de verduras y lomo a la plancha al lado. La dejó sobre mi abdomen y me dio un beso en la mejilla.
A continuación pude escuchar su Lamborghini arrancar y fregar con sus potentes ruedas la carretera hasta que el ruido del motor se perdió en la lejanía.
Eran las tres y volvía a estar sola en casa. No tenía apetito y había dejado todo el lomo en la bandeja.
Lo que sucedió a continuación, lo atribuí en sus inicios a una declaración deliberada de mi locura, pero oí con total claridad la voz de Jane Doe llamarme desde el otro lado de la pared.
- Catherine...Catherine...
Era un susurro sensual que retumbó por mi cuarto con instancia.
Me estrujé las sienes y cerré los ojos con fuerza
<No eres real, no eres real, desaparece>
Repetí para mis adentros. Su voz seguía haciéndose oír como un eco interminable.
- ¡¡No eres real, desaparece!!
Grité en un ataque de cólera.
Aquel canto procedente del más recogido emplazamiento de mi demencia cesó. Si has visto aquellas típicas películas de marineros y piratas era la encarnación de la llamada sensual e hipnótica de las sirenas que arrastran a los marineros a la muerte con sus inigualables voces.
Increíblemente la fatiga amainó. Me sentí más vital. Pude mover los brazos, las piernas y poco tardé en alzarme sobre la cama y dar brincos en ella feliz de poseer de nuevo energía y agilidad de movimiento. Incluso al asomar mi imagen al espejo comprobé que mi semblante había mejorado, las ojeras perdían fuerza y mi rostro de color aceitunado ya volvía a reflejar salud, iluminado por rubores rosados.
Ahora que volvía a sentirme fortalecida me vestí con un tejano y una sudadera de Londres gris, recogí mis rizos en una coleta alta y calcé mis bambas de hacer deporte.
Se me estaba ocurriendo un poco de footing para aminorar todas mis azoramientos.
Antes de que pudiese salir el teléfono sonó desde el comedor.
- ¿Diga?
Inquirí alegre calentando ya las piernas con el auricular pegado al oído.
- Catherine.
Aquella voz. No podía ser...
- ¿Jane...Jane Doe?
- Si, cielo, si.
A través del teléfono su voz adquiría una tesitura demoníaca.
- ¿Como sabes mi número?
Se hizo el silencio unos segundos.
- Lo busqué en las páginas blancas ¿Te apetece venir a casa?
- No sé donde vives Jane.
Oí el sonido de una sirenia fuera en la carretera acercarse a la calzada.
Y al segundo ese mismo sonido se reprodujo en el auricular.
- ¿Ja-Jane...-tartamudeé- Dónde estás?
Escuché como reía con malicia.
- ¡Soy tu vecina querida mía, mi madre y yo somos las nuevas!
Aquella revelación erizó el vello de mis brazos.
La tenía pared con pared ¡No estaba loca, ella me había llamado desde su casa, oh dios, el destino había querido unirla tan estrechamente a mí, ahora si que no la extrañaría jamás.
Colgué el teléfono sin despedirme y bajé las escaleras de mi casa rauda e impaciente por llamar a su puerta.
Cerré de un golpe seco la mía y en dos segundos me planté frente a aquella enorme puerta de hierro rodeada por dos arbustos descuidados y secos.
Me fijé en que no figuraba ningún nombre en el buzón.
Llamé al timbre varias veces y aguardé como espera una niña la llegada de su madre de trabajar. Frente a la puerta con las manos y los pies juntos.
La puerta oxidada se abrió en un gemido.
Era cierto, allí estaba ella.
Jane Doe con el cabello suelto y menos espumoso que normalmente, estaba aún mas blanca y demacrada que de costumbre y los ojos hundidos en unas ojeras que rivalizaban con las mías haría un par de horas. Incluso me atrevería a describir una creciente flaqueza en sus formas.
- Pasa, hoy no me encuentro demasiado bien y no puedo salir a la calle, pero quería verte.
Si pudiese resumir el hogar de Jane Doe sería como lóbrego y oscuro. Las persianas estaban bajas, las cortinas echadas y muchas de las puertas que me fui encontrando en  el pasillo central cerradas con pestillo.
Mi dulce amiga me condujo al salón comedor. Decorado con un exquisito gusto clásico al mas puro estilo de Viena del siglo XVI.
El suelo era todo de madera clara y oscura entrelazada entre sí. Las paredes estaban ostentosamente recargadas de frescos y mosaicos que representaban fragmentos de la mitología griega y nórdica. Resúltame impactante encontrar el cuadro de Saturno devorando a su hijo de Goya representado en una de las paredes de aquel gran comedor. Quizás demasiado grotesco como para acompañar las comidas familiares.
Había dado un salto hacia un siglo pasado.
Por lo demás el techo era blanco, destellante y dibujaba formas corintias alrededor de la puerta.
En la pared central yacía una chimenea de mármol que proyectaba la luz del fuego ante toda la estancia.
Aquellos frescos, mosaicos y cuadros sobretodo el de Goya iluminados por el resplandor ceniciento del fuego creaba una ilusión siniestra a la vez que excitantemente exquisita.
Como punto de iluminación una gigantesca lámpara repleta de velas apagas. Habría al menos treinta de ellas sobre aquel armatroste.
Jane Doe se percató de que estaba escudriñando su salón con asombro y devoción. Me agarró del brazo y condujo hacia el piso de arriba mientras miraba embobada las imágenes representadas en las paredes.
Una que me llamó la atención en suma fue un cuadro al fondo del salón que presentaba la unión con un ósculo de un ángel con un diablo.
Reformar aquella casa y trasladar todo eso debió valer una fortuna a demás de suponer una laboriosa tarea.
El cuarto de mi querida Jane era mucho más modesto. Una cama de dos emplazamientos, una cómoda antigua y acarcomada y un alto espejo también de apariencia antigua.
Lo que me sorprendió fue que tuviese un piano.
- ¿Sabes tocar el piano?
Inquirí escrutando envidiosa de ella el maravilloso instrumento de color negro reluciente.
- Si, ha sido mi instrumento favorito a lo largo de toda mi existencia.
Jane corrió las cortinas y alzó las persianas. Ya era de noche.
Después se volvió hacia mí y quedose mirando mi rostro como hechizada por el. Con sus dedos huesudos y alargados recorrió suavemente mis mejillas y rozó mis labios.
- Tienes un rostro tan hermoso, tan lleno de vida y de color.
Que ella me estuviese diciendo eso era insultante hacia su desmedida belleza.
- ¡Como puedes decir eso Jane, tu cara es lo mas hermoso que he visto nunca!
Ella sonrió irónica, como con resignación. Tomó asiento en el sillín delante del piano.
- Mi rostro no es más que el reflejo de la muerte.
¡Que forma más cruel de desacreditar su palidez!
- Jane...Me gustaría que tocases para mí.
Jane inclinó la cabeza en señal de asentimiento y se volvió de nuevo al piano. Rebuscó y rebuscó entre las partituras hasta que por fin dio con una de su agrado. Se colocó correctamente y chasqueó los dedos antes de iniciar la actividad.
Primero vino una nota aguda, suave, que fue seguida por un canon de notas y acordes agudas y graves intercaladas. Era una melodía de corte clásico. Pero que en sus manos cobraba la energía y vitalidad de una pieza romántica. Exaltada y llena de pasión. Me quedé allí de pie contemplando como aquella dulce criatura creaba una turbulenta atmosfera. La partitura estaba cargada de dolor, de represión, de angustia, era un chillido en si sola y Jane Doe era la que lo profería. Mi corazón se llenó de plomo y no pude más que dejarme llevar por la música aunque un torrente de terribles emociones asaltase a mis nervios y consiguieran debilitarme. Sensaciones inefables que adquirían el carácter de la imperturbable harmonía o una idea suprema de belleza filarmónica que acompañaba al alma en su viaje a la catarsis.
Ella yacía inmersa en su propia oda musical. Me acerqué con cautela. No quería alertarla. Me incliné a observar sus dedos y contemplé la fluidez, la agilidad y la habilidad que estos poseían. Alcanzaba rápidamente las notas de un extremo del teclado a otro, los coordinaba a la perfección  consiguiendo otorgarles la firmeza necesaria.
¡Que pocas niñas de quince años poseían tal talento!
Mi admiración por ella había alcanzado su punto álgido.
Y su aspecto era de lo más solemne. Con los ojos ciegos y el ceño fruncido, estaba afectada por la atmosfera que ella misma había creado. Cerré los ojos yo también. En la oscuridad mi oído se volvió fino y preciso. La única realidad existente era aquella obra de arte musical que Jane me regalaba. Creo que mi semblante se contrajo en una mueca de dolor. La música que antes parecía el azote de un mar tempestuoso fue arrastrado por una desoladora decadencia que condujo mi espíritu de la turbación al desazón. ¡Habría llorado allí mismo!
Y de repente la música cesó y me sentí caer hacia un abismo infinito. Una mano desprendida de otra.
Al abrir los ojos volvió el choque con la realidad.
Jane Doe estaba aún sentada en su sillín abonada por la luz plateada de la luna que se filtraba por la ventana. Tenia el rostro inclinado hacia abajo y sus hombros temblaban. Quise acercarme pero mi cuerpo se indispuso a ello vedándome con la inestaticidad.
Mi ángel se incorporó cual si el cuerpo le pesara y ladeó la cabeza melancólica.
Barrió la escena hasta dar conmigo a su lado izquierdo. De sus ojos brotaban gotas rojizas que se deslizaron por sus pálidas y decrépitas mejillas.
Estaba llorando sangre.
- ¡Jane, estás sangrando!
Con los nudillos se limpió la sangre de los ojos y esbozó una decadente sonrisa sin tan siquiera mirarme.
- Estoy enferma Catherine...
De sus ojos volvieron a aflorar lágrimas de sangre. ¿Tenia una hemorragia ocular?
- ¿Que clase de enfermedad puede hacer que llores sangre?
Jane se acercó a mí de repente. Clavó sus ojos en los míos y devolvió a su rostro la indiferencia natural.
- Una sin remedio y sin tregua que ni la muerte puede llevarse.
Respecto al saber de mi amada Jane Doe. Considero que era extenso, pero encriptado o prohibido a todo aquel que pretendiese surcar en ese océano de conocimiento.
Jane Doe se colocó delante mio Me observó como jamás, como nunca antes me habían mirado. Sentí sus ojos escudriñar mi rostro, repasar mis labios y detenerse varios segundos en el cuello. Redujo la distancia entre ambas.
Y me abrazó.
Fue un contacto glacial. Una ventisca de viento helado que golpeaba mis extremidades. Me dio la sensación de que debía estar desnuda pues su piel se clavó tanto a mi que a penas distinguí el contacto de las prendas de ropa.
- Que olor tan agradable desprendes Catherine.
Colocó su barbilla sobre mi hombro derecho. Debió notar como mi corazón aleteaba sin descanso y esparcía como un torrente fluvial la sangre por mi organismo. Aquel contacto entre ambas me estremeció y sentí un escalofrió recorrer mi médula espinal. Cuanto más me asfixiaba con su olor mas fuerte se estrujaba contra mí.
Habría anhelado una eternidad así.
Desprendía un característico olor que penetró por mis fosas nasales y me embriagó a la vez que el contacto con ella me había contagiado sensaciones indescriptibles.
- Tengo mucha sed...
Y con sus dedos dibujó círculos en mi espalda y después en los muslos.
- Ves a beber algo..
Le sugerí aunque eso supusiera que tuviese que desprenderse de mí.
- Ya te dije que no puedo beber cualquier cosa.
Estaba perdiendo la cordura. Me besaba por el cuello. Provocándome un agradable y placentero hormigueo cuando sus labios acariciaban con una sensualidad latente mi piel.
- Y....- no lograba concentrarme- ¿Que puedes beber?
- Solo algo y es la fuente de toda vida.
Fue exactamente ese preciso instante en el que el comportamiento excéntrico de mi compañera empezó asustarme.
- Tal vez deberías ir a buscar tu Néctar allí donde lo encuentres.
Jane Doe estalló en unas estentóreas risotadas.
- Mi inocente niña. Yo ya lo he encontrado.
Su abrazo se volvió tenaz. No tenía margen de movimiento rodeada entre sus brazos fuertes y firmes como una roca. Mis primeros intentos por deshacerme de ella se vieron truncados cuando sus ojos se fijaron en mí. Me di cuenta que no podía hacer nada contra ella. No quería.
Sus labios rozaron los míos, primero fue un fugaz contacto, una ligera caricia. Pero volvieron impetuosos e imposible me resultó deshacerme de ella. ¡Oh dios, que era esto que nos sucedía! ¿Por qué no era dueña de mi cuerpo, porque era ella quien lo poseía? Mi vedada voluntad ya no pugnaba por restablecer la sensatez.
Cerré los ojos. Solo percibía el calor de sus labios, el aroma fresco y puro de su aliento penetrar en mi garganta e invadir mi organismo. Jugueteó con mis cabellos.
Yo no podía moverme. Era victima de un embrujo desconocido.
Jane Doe me lanzó sobre su cama.
La habitación a oscuras impregnada por el resplandor lunar, el rostro de mi querida Jane y todo mobiliario que nos rodeara se volvió difuso ante mis ojos. No podía mantenerlos abiertos.
Sé que Jane se tumbó a mi lado. Noté el desnivel de la cama al yacer sobre ella.
Y sus manos frías empujaron mi cabeza hacia el lado contrario en el que ella estaba.
Entonces fueron los labios, cálidos y sinuosos a diferencia del resto del cuerpo que se fijaron sobre mi cuello. Concretamente en la yugular. Y el vapor templado que surgía como suspiro de su boca golpeó mi garganta, era demasiado agradable, demasiado fantástico, demasiado onírico.
- ¡No puedo!
Pronunció en alta voz Jane. Bajó de un brinco de la cama.
Contemplé con incredulidad como era capaz de articular movimiento de nuevo. Y mi vista recuperó su nitidez y precisión.
Jane estaba de rodillas en el suelo, con ambas manos cubriendo su hermoso rostro. Creo que lloraba.
- Jane yo no..
¿Pero que podía decirle, acaso existían palabras apropiadas para aquel momento?
- ¡¡¡VETEEEE, HUYE DE AQUÍ, DESAPERECE!!!
Dejó a la vista su rostro enrojecido de ira y cubierto de sangre regurgitada por sus ojos. Profirió ese desgarrador y colérico chillido y fueron palabras mágicas para mis instintos.
Bajé las escaleras rauda ya aterrorizada más dejome sin palabras.
Antes de que me percatase ya estaba en la calzada. La noche era tan glacial como mi extraña amiga. Para su comportamiento no tengo mas que el desconcierto y la ávida necesidad de una explicación que temía que no llegase ¿Habría hecho yo algo malo? ¿Me amaba, porqué me había besado? ¿Por qué no podía yo si no ceder a todos sus deseos?
Porqué así yo también cedía a los míos.
¡Que maga o bruja semejante podría poseer tales poderes, que me robaba el aliento y se alimentaba de mi fascinación hacia ella!
¡Ella que embelesaba con sus dotes musicales, que creaba sueños y fantasías con la tesitura de su voz, ella que había cosidos alas en mi espalda y me hacia volar como ave libre y sin recato por el ancho combo celeste, ella que transformaba la noche en un dulce y apasionado sueño de ángeles y encantaba al corazón con sus diabólicos hechizos!
Todo lo que la envolvía era un alo de misterio y fantasía, el aura de la vida a la vez que el peligro de la noche.
¿Podría vivir sin saber de ella? Sería capaz de soportar ahora una existencia creyéndola un sueño, una ilusión irreal demasiado fantasiosa y mágica para considerarla veraz.

Ahora que estoy en casa agradezco que, al llegar, mi padre estuviese dormido. Las explicaciones habrían sido complicadas y seguro que las lágrimas hubiesen delatado la naturaleza de mis nervios. Escribo esto en la cama exhausta a la luz de una lamparita de noche. Estoy demasiado cansada y ahora mismo iré a reposar ¡Dios bendiga el sueño y el agotamiento pues de otro modo jamás lograría dormirme!

Día 16 de Septiembre de 1999

La mañana ha amanecido como un reflejo de mi estado.
Nublada, grisácea como apunto de regar la tierra con una lluvia que no llega.
Solo ese manto gris, inmutable, inacabable, extenso como la desesperación con la que he despertado. Papá ni siquiera ha venido a preguntarme por mi estado pese a que son las doce y no he bajado a desayunar en toda la mañana. Seguro que está enfadado por regresar tarde a casa.
Al quedarme contemplando la pared me ha venido una imagen desgarradora. El recuerdo incrustado en mi memoria de mi dulce amiga Jane Doe arrodillada en el suelo. Y sé que está ahí y aporrearía la pared y le pediría que fuese clemente con mi alma. ¡¡Que pusiese fin a mi agonía y expulsase a los fantasmas testigos de su ausente presencia!!
Jane Doe ha sido mi maldición, mi locura, el eterno debate y desequilibrio entre la felicidad extrema, la euforia, la evasión hacia un edén que ahora me parece inalcanzable y el dolor y la angustia de creerla siempre una fantasía inexistente, un sueño de opio o un trastorno mental.
Podría cuestionarme los motivos que indujeron a mi amada a aquel comportamiento pero eso no serviría más que para agudizar el estado de agónico aturdimiento en el que me encuentro ahora!

Al medio día papá ha subido. Estaba enfadado. Solo hacia falta fijarse en su expresión.
Rígida, seria... Su boca fue en todo momento una mueca de desagrado. Permanecía en silencio.
- Papá
Le dije como ruego a que hiciese sonar su voz.
- Quiero saber que es lo que haces siempre al caer la noche ¿Hay un hombre?
Negué la cabeza y me cubrí más por las sabanas. Mi padre permaneció ahí. Inmóvil. Rígido como una estatua.
- No quiero mentiras Catherine.
Me percaté que no podría retener las lágrimas, que no sofocaría a mis terrores a aflorar a la luz. ¿Que pensaría papá si se lo contase, que podría pensar alguien que no la conociera, que no hubiese batallado contra el magnetismo de sus ojos?
- ¡Y no miento, debes creerme, más tengo sobre mí una horrible pena!
Papá relajó la expresión de su rostro y sentose en un lateral de mi cama.
- ¿De que se trata?
E inicié mi relato.
- ¿Recuerdas aquella muchacha que conocí en la biblioteca, aquella muchacha tan extraña?
Papá asintió. Proseguí:
- Antes del crepúsculo salí a andar un rato para despejarme, me la encontré de nuevo. Eso sucedió anteayer y ayer fue ella la que vino en mi búsqueda.
¡No puede ser una humana, sin duda es un ángel o un demonio o compendia en si misma la complejidad de ambas criaturas!
Él se reyó.
- ¿Te asustó, volvió a hacerse la erudita contigo?
Negué con la cabeza.
- Tú no entiendes papá, no tiene ni siquiera la apariencia de alguien humano. Es tan pálida y lánguida como un cadáver y sus ojos son el reflejo del crudo paso del tiempo, de la sabiduría infinita, es extraña tanto en sus palabras como en sus movimientos. Habla conmigo con un entusiasmo romántico a la vez que se deprime, es feroz, terriblemente feroz y posee el don de hipnotizar con sus palabras, con su gélido tacto ¡Oh dios papá que no se que me ocurre, se ha adueñado de mi mente y convertido en mi única obsesión, durante el día pienso en ella con desazón hasta que la veo y en las noches la sueño! Ella me ama, y desea de mi compañía tanto como yo de ella pero a vez a veces me repudia y desaparece sin explicación.
Papá no dijo vocablo. Se quedó mudo.
- Papá dime algo.
Me dio una bofetada en la cara.
- ¡¡No quiero que vuelvas a hablar así jamás, hablas como una loca por amor!! ¿Estás enamorada de una mujer?
Papá estaba enfurecido. Nada de lo que le dijese lo ayudaría a entrar en razón. ¿Como iba a entenderme si no lo había experimentado?
- ¡Yo no hablo de un amor convencional, es mas bien algo similar a un embrujo, puedo reconocer que es extraño pero se parece mas a la locura que al amor en si, me arrastra a un infierno tempestuoso, a un mar embravecido en que nada es estable!
Él se puso de pie y empezó a andar haciendo círculos por la habitación.
- ¿Como se llama, de donde es?
- Su nombre es Jane Doe.
Su semblante adoptó una expresión de extrañeza, amplió el tamaño de sus ojos y enarcó las cejas.
- ¿Jane Doe, ese es el nombre que te dio, Jane Doe?
Me preguntó sorprendido.
- ¿Si porqué?
- Ese no es un nombre real. Jane Doe es el nombre que usan muchas americanas para mantener el real en el anonimato, también lo usan para los cadáveres de mujeres cuyo nombre y origen de desconoce.
¿Me había mentido, porqué me habría dado ella un nombre falso?
- No entiendo por qué me mentiría con el nombre.
Papá rebuscó dentro de su bolsillo y extrajo un juego de llaves, las que abrían la puerta de cada estancia de nuestra casa.
- No quiero que vuelvas a verla jamás.
Eso fue lo último que me dijo, después abrió la puerta y desapareció tras de ella, lo oí girar la llave. Me estaba encerrando.
Me incorporé de la cama y de un brinco salté al suelo y corrí hacia la puerta golpeándola con desesperación.
- ¡PAPÁ TEN PIEDAD DE MÍ, NO ME ENCIERRES AQUÍ CONMIGO MISMA. DÉJAME SALIR!
Seguí golpeando la puerta con los puños pero oí desde la ventana el coche de mi padre arrancar y alejarse de la calle.
Se había marchado.
Que triste, era prisionera de mi propia casa.
Me deslicé pegada hasta que acabé de rodillas frente contra puerta.
Volví a la cama resignada de mi suerte, Yacería varias horas con el fin de dormir, un sueño copioso que sirviese de cauce que arrastrase todos mis tormentos.
Ojos cerrados para toda la eternidad.
Para mi suerte la mañana vio el crepúsculo a las tres del medio dia. Papá llevaba tres horas en la calle y yo no había comido nada. Tampoco podía aunque quisiera. Estaba anclada a mi cuarto como un pajarillo encerrado en una jaula.
Me cubrí completamente por las sabanas. Buscaba tal vez protección bajo estas, encriptarme cual si ese cobijo apaciguara mis desdichas, pero la oscuridad que se extendía hacia mis pies me sugirió que caía hacia en un pozo. A un abismo.
Estaba desesperada.
<- Catherine...>
La oí de nuevo. Aquel susurro demoníaco que se extendía por mi cuarto, que golpeaba las paredes, que retumbaba en mis oídos.
Me encogí y me tapé los oídos con ambas manos. Estaba temblando.
- Jane... ¿¿Que es lo que quieres??, me estás volviendo loca
Y en el silencio reconocí su voz:
- <Mi dulce niña, no me temas>
A partir de que su voz volviese a pronunciarse todo lo consiguiente lo recuerdo diluido, borroso como aquellos sucesos de buena mañana que son difíciles de atesorar en la memoria.
Recuerdo caer de la cama presa de un ataque de histeria, estaba temblando, el terror había calado en mí. Bloqueada, asustada, inmóvil. Me retorcía en mis propias suplicas allí en el suelo. Con las rodillas dobladas y el camisón ensuciado de polvo.
- ¡Jane Doe, que me has hecho!
A coro con mis gritos estalló un rayó en la calle. Tormenta. Primero vino un destello de luz cercano a casa que iluminó toda mi estancia por ese fugaz resplandor plateado.  Le siguió el trompeteo de varios truenos. El cielo estaba embravecido en simbiosis con mi estado de nervios.
Tras el primer trueno llegó la lluvia, una lluvia furtiva que parecía querer traspasar el techo e inundar mi cuarto.
- ¡¡CONTESTAMEEE JANEEEEEEEEE!!!
Mi grito fue acompañado por otro trueno voraz.
Golpeé el suelo con los puños mientras gritaba, fuerte, con furia, si esa era la única forma de darle rienda suelta a mi locura mas no encuentro otra explicación a mi comportamiento. Aquella noche sería oficialmente recordada en mi existencia como el día en que Amy Catherine perdió del todo la cordura.
¿Quien creería la historia de Jane Doe?
Ni siquiera el llanto me consolaba, y eso que lloré como no recuerdo haber llorado en toda mi vida.
De repente ambas puertas de la ventana estallaron ante mis ojos. Al principio creí que debería tratarse de un rayo que habría impactado contra los cristales pues en aquel preciso instante el exterior se había iluminado con la furia del tiempo.
O con la furia de la muerte.
Alcé el rostro, aún tembloroso e insegura, me costaba realizar cualquier movimiento.
¡Entonces la vi, la vi de pie sobre los cristales rotos, en su noble magnificencia vestida de con un transparente camisón de color púrpura. Si siempre se me había antojado mas diosa que humana aquella noche era una encarnación de un mundo onírico, era una figura mitológica, una diosa, una ninfa, una musa tal vez o diablo disfrazado bajo las carnes de tan hermosa criatura!
Jane Doe se me acercó moviendo sus sinuosas caderas. Anclada en el suelo e incapacitada para articular movimiento no pude hacer más que escudriñar su fina elegancia y aquella expresión de niña juguetona tan característica de ella.
Oteó mi rostro desde su posición y procedió a agacharse frente a mí.
- Te estoy haciendo sufrir mucho, pero es solo porqué no entiendes nada.
No podía estar mas de acuerdo con ella. No entendía nada. Absolutamente nada si nos referíamos a ella y a su neurótico comportamiento.
Hizo un rasguño en mi rostro con sus afiladas uñas de harpía. Noté como la sangre surgía de la herida y regaba mi rostro con lentitud, pude verla reflejada en los ojos de Jane Doe.
- Siento haber afeado tu mejilla. No soy yo quien para destruir la belleza.
Seguramente me habría quedado dormida. O eso pensé en aquel instante. La única explicación humanamente posible y verosímil de que Jane Doe hubiese entrado por la ventana haciendo estallar los cristales era que todo lo consiguiente a haberme acostado era una invención de mi subconsciente.
O eso o palpaba la verdadera demencia y la saboreaba como poca gente ha hecho.
Mi locura era ella, mi Jane Doe.
Asomó la lengua de entre sus dientes y acercose a mi rostro para repasar con esta mi herida.
Advertí que aquella práctica estaba excitándola. Sentí su húmeda y áspera lengua -tan escamosa como la de un gato- acariciarme las mejillas y regodearse en la herida. Me drenaba la sangre.
- Jane ¿Como es posible que tú?
Me silenció oprimiendo el dedo índice sobre mis labios.
- Sht. No hagas preguntas.
Después de succionar el rasguño me percaté de que su rostro adquiría algo de color, un tenue rubor que le aportó a su imagen una apariencia menos lánguida y cadavérica de lo habitual.
La sangre había revitalizado su imagen.
Mi autocontrol se hizo pedazos cuando le di licencia a mis ojos de posarse sobre los suyos. Tenia un color radiante, de un azul mar intenso y los mismos destellos dorados de siempre pero fortificados con un resplandor elevado, dentro de ellos se abría un océano insondable, una playa en el ocaso cuyo mar refleja la luz de un sol poniente.
¡Quien no surcaría en tal océano y se perdería para siempre!
- Catherine. Te elijo.
Me susurró tenuemente.
- ¿Que significa eso?
Flexionó las piernas y condujo mi cabeza hacia ella arrastrándola con ambas manos que se unían en mi nuca.
- He luchado por detenerlo - me susurró al oído- Pero...al diablo con eso. Me has convertido en la muerte enamorada. Quiero que seas lo que yo soy, que oigas lo que yo oigo, que sientas lo que yo siento. Un eternidad junto a ti, una larga y prospera existencia juntas.
Reconocí la magnitud de sus palabras, el gran desierto que se extendía tras ellas.
Yo no era dueña de mi misma. No me pertenecía. Como siempre hacia Jane había logrado hacerme suya y manejaba mis emociones como si fuese un ventrílocuo.
- Yo... Jane yo...
Selló mi voz con sus labios. Una caricia efímera que dejó lo poco de voluntad que aún conservada apartada en algún recóndito recoveco de mi cerebro que, desde luego, se desactivo fundiendo el interruptor.
- ¿No me amas, Catherine?
Inquirió con una tristeza sobre actuada.
- No sé Jane que es lo que siento hacia ti. Pero en estos momentos podría mover montañas.
Esbozó una diabólica sonrisa y un hilo de sangre asomó entre las comisuras de sus labios.
- Son mis poderes. Acepta lo que te ofrezco y tú también podrás poseerlos. Catherine, te invito a vivir en muerte, a caminar entre los vivos sin un corazón latente, te invito a la sed eterna, te ofrezco unos poderes que deberás usar como guadaña para subsistir un día mas. Te condeno a ser mía.
Después de todo, no era ni una musa, ni una ninfa ni un hada. Era un Vampiro.
Abrió emitiendo un corto y sutil gemido la boca y sus colmillos fueron alargándose progresivamente.
- Te condeno a la vida eterna.
Sus labios se acercaron a mi cuello y...¡Oh como describir lo siguiente! La pasión se convirtió en un remolino que inundó mi organismo, era el placer mas intenso que podía imaginar aunque tremendamente doloroso. Sus punzantes y afilados colmillos habían penetrado bajo mi piel y sentía como drenaba mi sangre, como mi organismo se vaciaba y me tornaba mas ligera a la vez que una sensación de calidez y embriaguez abordaban mi cuerpo. Era la peor de las seducciones, la mas fatal. Cuanta mas sangre absorbía mas frenéticamente lo hacia y mas incentivaban en mi todas estas sensaciones. Recogía el fuego del infierno, el amor, el odio, la lujuria el placer... Unía agresor con atacante en uno solo como dos amantes que dan rienda suelta a sus deseos en una corta noche. Los truenos, los relámpagos sonaron estridentemente y la lluvia se oía mas clara. Es más. Podía percibir el ruido de los coches de las calles vecinas desplazarse por el arcén. Los cuchicheos de los viandantes y la luz de una vela encendida al lado de mi cama. Todo se tornó un mosaico sin sentido, un torbellino de imágenes que se volvieron mas nítidas que nunca. Mis oídos oían lo que jamás habían escuchado, mi ojos advertían la luz como nunca antes la habían captado y mis sentidos se veían golpeados por un frenesís de nivel desconocido para la humanidad.
Retiró sus colmillos y la vi. Más lozana incluso que antes.
Pero estaba extenuada. Caí al suelo y mi cuerpo empezó a sufrir convulsiones.
- No te asustes querida. Te estás muriendo.
Muerte. En eso me estaba convirtiendo. Eso era Jane Doe.
La muerte camuflada, una muerte poderosa que sabía embrujar a sus victimas, hipnotizarlas con el calor de sus palabras, que se jactaba con el deseo que incitaba en los otros.
- Ahora bebe. Bebe y vivirás.
Con el alfiler de su pendiente se había provocado un rasguño en la yugular.
Mi garganta estaba seca, tenía sed cual si llevase días caminando sin beber en un desierto. Mis ojos se fijaron en el fluir de la sangre y de un brinco me alcé y me lancé sobre ella para relamer la herida.
- Así, muy bien mi pequeña ovejita.
Una gota de su sangre cayó sobre mi lengua. Nunca había probado algo tan exquisito, la saboreé y la agarré con ímpetu por los cabellos para atraerla más a mí. Mi garganta ardía producto del efecto de la sangre recorriendo mi faringe como alcohol puro.
Se levantó una corriente de aire en mi cuarto. La puerta se había abierto.
- ¡¡Catherine!!
Jane Doe retrocedía apoyada sobre sus glúteos. Al volver el rostro escruté el semblante horrorizado de mi padre como me observaba desconcertado desde el dintel de la puerta. ¿Como iba a reaccionar? Mis labios estaban cubiertos de sangre y esta había manchado mi rostro y el camisón blanco de noche.
- Papá.
Lo que si me dejó sin aliento fue el comportamiento de Jane Doe. Se puso en pie y su semblante registró un cambio diabólico, sus ojos se inyectaron en sangre y emitió un estentóreo gruñido dejando a la vista sus afilados colmillos que desaguaban un hilo de sangre al suelo. Se colocó frente a mí cual si pretendiese protegerme de mi propio padre y siguió gruñendo. No iba a atacarle.
Creo que más bien pretendía asustarle. Que huyese.
Pero papá quedose rígido, erguido como una escultura aún en el dintel de la puerta desafiando a Jane Doe.
Si antes no me creyó cuando le dije que no era humana ahora seguro que sus dudas y su escepticismo se habrían volatilizado.
- ¡Huye bestia maldita, sal de esta habitación!
Papá se quitó el crucifijo que siempre colgaba de su cuello y alzando el brazo lo puso frente los ojos de Jane Doe, la cual emitió un chillido atroz y salió veloz como un espectro de mi habitación saltando por la ventana.
Agaché la cabeza. No sabía como iba a mirar a papá ahora. La vergüenza, el horror y la tristeza hicieron mella en mis ojos exhaustos y enrojecidos. Aún tenía ese sabor menos exquisito y más frío que antes en el paladar. Papá seguía escudriñándome adusto. Inexpresivo más bien, con los brazos en jarras y los pies juntos.
- Así que tu extraña amiga es un vampiro.
Asentí inclinando la cabeza sin alzarla aún. Me sentía tan avergonzada de que papá me hubiese descubierto en semejante situación.
- ¿Te ha revelado su verdadero nombre?
Ni siquiera había recordado aquel detalle. Hice un ademán de negación.
¿Por qué quería saber papá su nombre real, pretendía ir a su tumba, clavarle una estaca en el corazón durante sus letárgicas horas diurnas? La idea de que Jane Doe desapareciera era insoportable. Sin ella yo era una niña vagando a tientas en una infinita oscuridad.
- No.
Papá vaciló sobre sus piernas. Se acercó a mí y agachose. Sus cejas estaban contraídas como todo su rostro en una mueca expresiva que reflejaba mas preocupación que ira. Me limpió la sangre de los labios con el pañuelo de mamá.
Me abrazó. No pude reprimir que el llanto aflorase y arrastrase consigo los restos de sangre seca que se habían anexionado a mi dermis.
- ¿Te ha bautizado con su sangre?
Inquirió en un jadeo.
- Solo he bebido una gota, no creo que sea suficiente.
Me dio un beso en la frente y apretó mis manos con fuerza. Estaba aterrorizado. Jamás lo había visto así.
- Papá, yo debo beber su sangre. Quiero pertenecer a su raza.
Papá se apartó de mi desconcertado. Mis ojos, mi expresión fueron el espejo de mi decisión.
- Estás bajo su hechizo. No hablas en serio.
Probablemente tenía razón. Era víctima del embrujo de Jane Doe, ya había medido hasta que punto puede su naturaleza influenciar, dominar y poseer nuestros sentidos, había aspirado el olor de la vida eterna, el sabor de la sangre, el color de la noche y la vida se expandía ante mí como un horizonte de eternas posibilidades. Una vida inmortal en la que todo bajo la tenue luz de la luna estuviese en mi alcance.
Y la compañía de mi maestra, de mi amada, de mi compañera.
Me miento. Me convenzo de que siempre he estado enferma y que ahora viene la cura que me hará sentir mejor.
Viene la sangre y sangro y no respiro más.
- No quieras ser muerte. Jane Doe lo es. Ella es la muerte.
Sentenció mi padre.
- No temo a la muerte enamorada.
Papá estaba perdiendo la paciencia. No podía mentirle. Yo misma había trazado mi camino, por fin sabia cual era mi lugar después de vagar sin rumbo perdida como una cría en medio de una fiesta entre el gentío.
Y la senda era muy oscura.
El reloj marcaba las dos de la mañana, estaba claro que esta noche no volvería a ver a Jane Doe. Papá y yo nos merecíamos un descanso.
Sugerí a padre que se acostara después de asegurarla por activa y por pasiva que no saldría a la calle al encuentro de aquella bestia de las tinieblas como así la había bautizado. Se fue a su cama evidentemente no sin antes echar el pestillo. La noche se volvía mas clara, mas difusa a las tres de la mañana durante el verano en Sinamara ya es de día.
Me siento agotada, exhausta. El día de hoy como bien he reflejado en este confidente de papel ha sido un cúmulo de sorpresas y decisiones. Me voy a dormir.
Mañana también se hará de noche.

Día 17 de Septiembre de 1999


Amanece nublado.
Mi noche ha sido un sinfín de terribles y agónicas pesadillas. De imágenes estremecedoras...de sensaciones indescriptibles. He soñado con la muerte abordar mi vida con su guadaña, he visto la sangre fluir por una cascada y cubrir la pureza del agua de un manantial con su tinte rojo. He contemplado los bosques verdes y soleados cubrirse por las tinieblas de la noche, las hojas de los arboles caer y que la tonalidad de aquel bosque de vida fuese tornándose mas cenicienta hasta que la sangre también lo arrastraba todo.
Los ciervos bebían en el lago y era sangre. Las hojas bailaban con el viento y el rocío adquiría una tonalidad rojiza que iluminaba el paisaje grisáceo.
Después la fauna moría ahogada cual si la sangre ingerida fuese veneno, el rio se secaba y aquel bucólico paisaje se contraía en un susurro con la muerte. La flora se marchitaba, se cerraban las flores, las aves emprendían el vuelo.
Y no quedaba nada.
Primero había venido la luz, la pureza, una aparente inmutable belleza paradisíaca.
Seguida por la sangre que se tornaba el cauce y el alimento de todo el bosque.
Su sino era sucumbir a la muerte.
¿Un sueño extraño verdad?
He permanecido toda la mañana encerrada en mi cuarto. Papá no me había abierto la puerta.
Un par de veces he pretendido alzarme y aporrear la pared del cuarto de Jane Doe pero estaba exhausta. Las piernas me flojeaban y la sangre de mi interior hervía en mis venas y sentía un calor asfixiante. Me miré al espejo esperando rubores en las mejillas, unos ojos descansados y unos labios rosados.
Sin embargo el reflejo que proyectaba era el antítesis de mis conjeturas.
Ojeras profundas de un marcado púrpura intensas rodeaban mis ojos, tenia el rostro pálido a conjunto con el bosque antes soñado, una vez cedido a la descomposición, los labios pálidos y cortados y las mejillas marmóreas.
El espejo estaba reflejando el aspecto de un cadáver.
Me creí muerta o tal vez muriendo. Papá no había dado señales de vida en toda la mañana y mi debilidad fue incrementando por momentos. Si se trataba de fiebre estaba subiendo, sudaba… ¡Mi cuerpo ardía! Había empapado las sabanas.
Levanté la persiana tal vez con la vana esperanza de que Jane Doe volviese por mí de nuevo. No sé porque y ojalá me equivoque, pero creo que ayer fue la última vez en toda mi vida que pude gozar de su agradable compañía.
¿En que me convertiría yo ahora, moriría, viviría bajo otra forma o después de todo no sucedería nada?
Me duelen las manos, no puedo seguir escribiendo. Después contaré si ha sucedido algo relevante. Al contrario si mi diario queda aquí significará que mi reloj ha dejado caer toda la arena y han terminado mis días.



No he podido resistir la tentación de seguir escribiendo.
Si, de momento estoy viva. De momento.
Antes de que llegase la hora de comer papá ha subido a mi cuarto. Estaba yo tumbada en la cama sumida en mi circunspecta aflicción, en mis innumerables dolencias y en una desidia creciente. Se ha quedado en el umbral de la puerta y me ha observado. Su semblante me transmitió una amarga melancolía. Parecía sintonizar con mi estado físico y transmitirlo en su expresión facial.
Ha vacilado sobre si sentarse a mi lado o permanecer de pie. Ha decidido tomar asiento y en silencio juguetear con mis cabellos.
Y de sus ojos ha brotado una lágrima.
- Papá, no llores. Pero debo ver a Jane Doe de nuevo para que termine lo que ha empezado.
Al toser escupo un poco de sangre.
- ¿Quieres morir, convertirte en algo como ella?
Jamás había sentido tanta ternura por mi padre. Ahora lo veía con otros ojos. Esa figura rígida e imperturbable estaba quebrándose en la debilidad, siendo poseída por el desazón. Por una congoja reprimida por sus honorables fuerzas. Mis nuevos ojos lo observaban con tristeza. Era demasiado vulnerable.
- Estoy muriendo. Si es que hay algo que diferencie mi actual e inerte estado con la muerte absoluta. Mi única aspiración de volver a vivir al máximo es que Jane Doe me haga suya.
Papá negó incrédulo con la cabeza.
- Ella te ha hecho esto, ella te está arrastrando a la muerte. Y tú quieres ir corriendo y estrecharla entre tus brazos.
Si hubiese tenido fuerzas habría echado a reír ante la idea de salir corriendo ahora.
- Estoy muy cansada padre. Déjame descansar un poco. Y tú también deberías. No pareces haber dormido bien esta noche. Duerme unas horas.
Al principio no logré separarlo de mi lado. Pero después se alzó y volvió a su cuarto como ido. Andando sin darse cuenta de que andaba, mirando sin fijarse en lo que veía.
Ni siquiera echó el pestillo de mi cuarto.


Día 18 de Septiembre de 1999

Son las doce y pocos minutos. Antes de darlo todo por sentenciado creo que debería dejar constancia de los últimos acontecimientos que han acaecido esta noche antes de que el reloj dividiese la vida en otro día.

Retomo los hechos desde la echa anterior.
Caí dormida tras dejar el diario en el suelo y al despertarme ya era de noche. Mi anterior estado de debilidad era ya el atisbo de un camino a la muerte, unas piernas flácidas que no podían mas que temblar en su banal intento por mantenerse de pie, unos ojos hundidos y el rostro cadavérico. Los labios se me arrugaban y se agrietaban hasta confluir en las comisuras, blanquecinas a diferencia de mi labio amoratado.
Llevaba mi largo camisón de dormir.
No se distinguía donde empezaba la pálida tela de noche y donde acababa mi cuerpo.
Bueno, tal vez si, pues mi piel presentaba un matiz grisáceo. ¿Quien lograría diferenciarme a mi sentada junta la escultura de una solemne virgen guardando un lecho?
Era una noche oscura. Sin luna. Deprimente como el alma mía, solemne como mi tristeza y marchita como mis suspiros. Era tal el esfuerzo que debía hacer para caminar que no emitía más que jadeos en mi avance hacia la puerta.
El piso estaba oscuro. Papá no me había cerrado con pestillo. Se me ocurrió que debería yacer dormido, exhausto de agotamiento pues jamás habría salido de casa dejando mi puerta abierta.

¡Dios te guarde padre, si algún día lees esto quiero que sepas que jamás pretendí maltratarte, juro que no! Y no es por hacerte sufrir otra pérdida después del mazazo emocional que te supuso despedirte de madre. Quiero que sepas que esto ha sido un revés del destino, un desdichado accidente. Y no diré que me arrepiento de haber conocido a Jane Doe, o cual sea su nombre, pues no hallaré en vida o en muerte dicha alguna como contar con su impasible presencia.
Si lees alguna vez esto. Papá te adoro, te he idolatrado y siempre has sido para mí un referente de firmeza, de fuerza y coraje, de valentía y de decisión. Por eso no puedes reprocharme que haya sido capaz de darlo todo, que haya hecho tan largo camino hacia no sé donde por encontrarme con mi destino.
Ojalá tus años venideros sean fáciles, tranquilos, Que el equilibrio cósmico o cual sea el orden justo del universo te permita llevar una vida sin turbaciones.

Tenía razón. Papá estaba durmiendo. Había caído en un sueño profundo e intranquilo. Le oí roncar y susurras vocablos sin sentido. Se movía inquieto en la cama y se tapaba y destapaba constantemente.
Que increíble nueva visión tenia, con que claridad y nitidez podía escrutarlo todo.
Pronto recorrí el oscuro pasillo. Y salí del piso hacia la calle.
Corría un viento glacial, era una de las noches mas gélidas de lo que llevábamos de Septiembre. Me azotaba un viento suave pero acompañado por el frio nival.
Y yo con mi camisón de noche, un vestido fino de lino con dos tirantes y encaje. No obstante supe que hacia frio por el simple hecho de mirarme las manos, coloradas y yertas. Yo no era capaz de sentir nada. Un bloque de hielo macizo.
Al principié vacilé sobre en que puntos de Sinamara iría Jane Doe a buscar refugio ¿Tal vez al parque de las rosas, a los muros de la biblioteca o al cementerio?
La biblioteca era la opción mas absurda. Además nadie me había asegurado que pudiese de verdad encontrarla en tales lugares, me movía por el instinto y una certeza sin fundamentos pero ciega e intensa.
Estaba allí porque así lo había pensado. Y el pensamiento había sido demasiado espontaneo como para estar engañándome.
Atravesé el parque de las rosas desesperanzada al ver que mi perfecta criatura no estaba allí. ¿Estaría buscando en vano, habría Jane Doe huido para siempre aun sabiendo que para mi podría significar la muerte, se había desentendido de mi?
Caí de rodillas en mitad del parque abordada por un dolor que me en gangrenaba el pecho. Me costaba tanto respirar... Mis órganos se iban deshaciendo y la sangre hervía en mi interior, convertía mis venas en el refulgir del fuego del infierno.
Fue en ese instante, en el clímax de mi calvario cuando percibí el olor de mi compañera esparcirse por el parque. ¡Que agradable locura! Las lágrimas hervían en mis ojos y regaban mi rostro con su ferviente cauce.
Grité su nombre ya cediendo a la demencia, extasiada de sensaciones, de imágenes que circulaban libres en mi mente. Su olor eran grilletes de droga etéreos e inmutables y ascendían a mi espíritu a una dimensión mas allá del dolor y del sufrimiento. Estaba ahora mismo rodeada por el candor de la noche, envuelta de estrellas y oí sola y perdida en mi paraíso el llanto de Jane Doe que me conducía hacia ella como la llamada del mismísimo diablo
De nuevo me levantéy seguí avanzando dejando atrás el parque. Ya sabía donde se escondía, me había llamado entre lágrimas.
Después de recorrer unas cuantas manzanas tuve que hacer el desmedido esfuerzo por ascender una empinada colina que conducía hacia los límites de la ciudad. Allí donde reposaban aquellos que no formaban parte de ella.
Todos los que habían muerto.
Me saludaron las rejas de hierro y un portón grande y oxidado.
<Cementerio de Sinamara>
| Porqué muerte somos |
Jamás había estado en ese hermoso camposanto. Los abetos y los cipreses rodeaban aquel fúnebre santuario y las lápidas aguardaban silenciosas bajo la eterna sombra de los mausoleos y la alta vegetación. El viento silbaba entre las hojas de los arboles y los cuervos graznaban columpiándose en las ramas, observándome con sus ojos fijos, penetrantes, de ese color de perla negra a juego con su majestuoso y lustroso pelaje. Olfateaban mi rastro y me seguían con la mirada. Que terribles animales. Eran capaces de reconocer la muerte cuando la veían, por eso contemplaban mi avance sin demora ni distracción. Veían en mí un futuro alimento.
El recinto creaba gracias a dos hileras paralelas un pasillo que dividía dos sectores, el Sector A y el Sector B, el primer guarda cadáveres de antes de 1800 y el segundo posteriores. Torcí hacia el sector A convencida de que mi querida Jane Doe tenia su cripta en aquellas tumbas inmemoriales.
Aquella parte era la mas antigua. Bien lo demostraba. A diferencia de los imponentes mausoleos, de la viveza de las flores del otro recinto, este estaba despoblado de ornamentos florales, los nichos eran mas modestos y las figuras que custodiaban el lugar eran de granito sucio muchas de ellas cubiertas buena parte por el moho.
Sobre la tumba de un infante dos ángeles con el dedo en el labio imponían silencio en el recinto.
Mi corazón quedó parado. El momento, el instante entre instantes me había alcanzado en mi errar.
La había encontrado.
Yacía inmóvil, sentada sobre una columna que en su tiempo había soportado la estructura de un mausoleo en ruinas con la vista fija en un horizonte invisible y el rostro ensuciado de sangre. Había estado llorando.
No advirtió, creo, en un primer momento mi contemplación idolatra de su augusto perfil, de esa soberanía de hada o ninfa o diosa cuya imagen elevaba el espirita hacia otro lugar en que el dolor se tornaba un pálido reflejo de la vida. Era muerte si. ¡Y como deseaba la muerte ahora! Mi búsqueda había finalizado. Mi vida había acatado sentencia en tan solo un minuto. Quería ser algo como ella, una criatura mejorada de dios, embellecida con el candor del cielo aunque un insulto fuese referirla como un ángel. Si aquello era una criatura impía, una hija de las tinieblas había estado vendiendo una nefasta y corrompida imagen de los hijos de la noche durante todo este tiempo.
Tenia las piernas cruzadas y llevaba un hermoso vestido negro roto por la falda, que favorecían a ese aspecto suyo de criatura mágica, fantástica.
Apoyaba el peso de su cabeza en la mano derecha y ni siquiera pestañeaba, estaba absorta en sus pensamientos, ahogándose de pena.
Allí, mi joven y peculiar amiga, parecía un busto mas, una minerva de piedra rígida y fría, el único destello de vida que podía atisbársele era el movimiento de sus espumosos y gráciles rizos siguiendo la dirección de aquella brisa nocturna.
Me sobresalté cuando volvió el rostro hacia mí.
- Jane.
Logré decir. Mi voz era débil y ronca.
Su única respuesta a mi plegaría fue otro reguero de sangre brotar de sus entumecidos ojos.
- Jane. No sé por qué -hice una pausa, me fallaba el aliento- No...Has venido a buscarme. -Tosí y regurgite un poco de sangre- Pero yo quiero que termines lo que empezaste el otro día. Quiero ser lo que tu eres, quiero caminar contigo por este ancho camino sin fin que es la vida en la muerte, quiero ser otra de tu especie, dormir en tu misma cripta, soñar lo que tú sueñes, amar lo que tú ames...
Pero tras mi revelación no oí su voz pronunciarse. Siguió y siguió llorando.
-¡¡Jane!!! - exclamé y de flaqueza caí al suelo- ¿Te has desentendido de mí, es que no quieres concederme tu beso oscuro?
Logró crispar mis nervios absteniéndose a contestarme. De ni tan solo mirarme, solo lloraba y articulaba los labios pronunciando a tenue voz susurros tan silenciosos y discretos que ni tan solo mis nuevos sentidos lograron descifrar.
- ¿Que te he hecho Catherine? - cubriose el rostro con ambas manos y siguió llorando desesperada- ¿Porqué mi sino es tan adverso?
Creo que no conocía yo las honduras del asunto más que en inútiles suposiciones.
- ¿Que sucede Jane? ¡Te lo ruego, pon fin a mi agonía! ¿No deseas ya que sea tu compañera?
La respuesta fue el silencio.
Ella rehusaba mirarme. Apartaba la vista. No quería ver el cadáver que había hecho de mí, con mi camisón de lino manchado de la sangre que brotaba de mis labios, el rostro demacrado y la languidez y la enfermedad como leitmotiv de mi misma. Las piernas me temblaban débiles, incapaces de soportar mi estructura y caí de rodillas frente a mi diosa inalcanzable.
Apoyé la palma de las manos sobre la tierra e incliné la cabeza al suelo. Apenas podía mantenerme erguida. Todo mi cuerpo se contraía en convulsiones y un calor asfixiante caló en mis venas, en mis tejidos musculares, se extendía la muerte por mi sangre como en aquel paisaje que antes había soñado y lo destruía todo, lo pudría, lo descomponía, podía percibir como cada suspiro se tornaba mas débil, como me costaba mas observar algo con atención.
Los latidos de mi corazón iban ralentizándose. Cada cual mas apartado del anterior.
- ¡¡Jane!!
Grité sacando fuerzas de flaqueza. Se me tiñeron los ojos de sangre.
Lágrimas.
Lágrimas que descendían y ensuciaban de esa espesa substancia mi rostro hasta que dejaban una huella en el terruño del cementerio.
Y allí estaba ella, impasible, incapaz de volver la vista hacia mi y de atender a mis suplicas.
- ¡¡Te estoy pidiendo que me des la vida que me has quitado!!! ¿Que no me ves? ¡¡Estoy aquí de rodillas chillando sin garganta, respirando sin aliento, llorando sin lágrimas, Y tu no eres capaz ni siquiera de atestiguar este proceso!! ¿Viniste para eso, no? Entonces dime Jane Doe ¿Porqué ahora me das la espalda, porqué me dejas morir así postrada ante tus pies!!
Siguió exactamente igual. Abstraída.
- ¡¡Oh dios mio Jane!! ¿Porqué me dejaste acercarme a ti, era todo una mentira, eras la muerte pues? ¿Eras la sangre emponzoñada que se extendía por el rio y yo el inocente cervatillo que ajeno a su suerte iba a beber allí? ¡¡Ten el valor al menos de mirarme en mis últimos minutos de vida Jane, gírate, vuélvete a mi, posa tus ojos en los míos ahora!!
Nada.
- ¡¡Pues eres el odio, la muerte, el sufrimiento, la agonia, el cieno!! ¡¡De pasión ibas tu disfrazada, la muerte enamorada me dijiste!! Qué pretexto tan absurdo. ¡Te detesto, oh ya lo creo, ojalá nunca hubieses aparecido en mi camino, te di mi corazón y tu lo has convertido en un millón de cenizas volátiles a la primera brisa matinal!
Jane Doe por fin se movió, de uno de esos brincos sencillos, fáciles para ella y su endemoniada agilidad se colocó frente a mí y se arrodilló.
¡¡Mentirosa de mí, mis envenenadas palabras anteriores habían sido una falsedad, un intento desesperado para atraer su atención!!
Clavó con firmeza sus hermosos ojos agua marina. Aún en el terrible estertor de la muerte contar con su presencia apaciguaba los dolores.
Cuantas cosas horribles e hipócritas le había dicho.
Me escrutó para ilusión de mis sentidos. El rostro abonado por el, ahora, mas tenue resplandor de la luz de la luna presentaba un aspecto infinitamente mágico, era una palidez tersa, perfecta y sé que he ahondado en esta observación mil veces pero no creo que me canse jamás de definir tal belleza, lástima que ahora dos afluentes de sangre surgiesen de sus ojos, lloraba sin consuelo derramado sangre. Podía incluso sentir su dolor más que él mio.
Sus largas uñas repasaron mi rostro y después fue el calor de sus dedos que ardían con tanta magnitud como la vida.
- Ódiame -dijo con un hilo de voz quebrando el silencio del camposanto- ¡Ódiame tanto como me odio yo ahora! No era capaz de mirarte Catherine ¡Como iba a hacerlo! Eres el producto de mi falta de prudencia, me he dejado llevar demasiado y todo ha sucumbido en un final inevitable, si el proceso no se completaba al momento sabia que podría resultar tu perdición ¡Por eso quise ahuyentar a tu padre pero me enseñó aquel símbolo y mis instintos se desbordaron, tuve que desaparecer! Y ahora que hago...¿Oh dios que hago? Atender a como lentamente vas muriendo, como mi veneno te consume por dentro, como tus carnes se secan y tu sangre se evapora en las venas, como aquel rostro juvenil y sonrosado de mejillas latientes y corazón palpitante y energético, con ese ritmo juvenil que retumbaba en mis sienes como una magnifica sinfonía se va marchitando hasta que desaparezca.
Entonces lo comprendí todo. Su indiferencia, su actitud verso a mi padre, todos esos enigmas en su comportamiento fueron tornándose nítidos.
- No puedes salvarme.
Afirmé. Unas pinceladas de azul turquesa iban sustituyendo aquel ancho combo negro de cada vez más diluidas estrellas.
La luna estaba desapareciendo eclipsada ante la luz del sol.
Nacía un nuevo día.
- Si pudiese ya lo habría echo.
La sangre volvió a regar su rostro. De que modo tan misterioso esa imagen consiguió que mi débil corazón estallara en mil pedazos.
- Catherine - susurró agachando la cabeza sumiéndose en un silencioso llanto, de entre las nubes un claror matinal hizo que la sombra de Jane Doe se extendiera frente  a mí. Su piel en contacto con el sol potenciaba ese matiz grisáceo de mármol o piedra.
- Mi existencia ha sido...larga...Tediosa, era una vagabunda viajando entre las mas recónditas esquinas de este pequeño mundo, después de varios siglos saboreando la inmortalidad acabé deambulando por ella deseando tener el suficiente coraje como para sellar este proscrito avance ciego, pero mi cobardía me llevaba siempre a la cripta cuando despuntaba el alba, una cría perdida sin madre, sin hogar y con una garantía demasiado certera de que contaba con una infinidad de días para existir, y era esa certeza misma la que me quitó todo entusiasmo, mis grandes deseos los cumplí en mi primer siglo, viajé por todos los lugares del mundo desde el este de Europa cuando me jactaba aterrorizando a una población supersticiosa, he visitado las pirámides del antiguo Egipto y he entrado en todas ellas alcanzando rincones que ningún mortal podrá conocer jamás, me he deslizado por este mundo pobre y he cumplido todos mis deseos, amé a hombres, a todos los quise con la facilidad que me otorgan mis poderes y amé a las mujeres cumpliendo sus reprimidas fantasías, soy una cazadora voraz, he bebido sangre humana de todas las maneras posibles y he procurado experimentar un amplio abanico de sensaciones que mezclasen la lujuria de la sangre con el contacto carnal. Humanos, inmortales, fueron juegos pasajeros que no complementaron mi ser, y después de abandonarme a los deseos decidí ponerme en contacto con las ciencias, la literatura y la filosofía esperando tal vez encontrar en ellas el sofoco de mi tribulada desorientación existencial. Durante largas noches en más de otro siglo las dediqué a abordar la lectura, centurias, décadas leyendo y estudiando cual si fuese mi vida en ello.
Jane Doe aún con la vista fija en el suelo, de rodillas y temblando frente a mí, hizo una pequeña pausa en que la oí tragar saliva sonoramente, o cual fuese aquello que ingiriese.
-  Y...Cuando parecía que no contaría jamás con otra compañía que la del aire, la de las candelas y el incienso perfumando mis diferentes estancias apareces tú. Tú  y solo tú llevaron a mi alma corrompida y emponzoñada a la catarsis. Tú, y solo tú que convertías la atmosfera en algo ligero con tu simple presencia, el brillo de tus ojos tan llenos de inocencia y de vida ¿Como no iba a amarte? Iluminaste una tierra cubierta de tinieblas inmutables y compactas, incluso, después de tantos años fue en tu cabello en el que reconocí el olor del sol. Estabas tan llena de vida y eras tan joven, tan delicada, tan inocente. Quise alejarme de ti y de este insensato y temerario sentimiento. Pero fui débil, fui egoísta, ¡Oh dios Catherine que me envenena saber que ha sido todo culpa mía! ¡Lo sospechaba, temí que amarte pudiese llevarte a la destrucción!
Mi mal ya alcanzaba un carácter alarmante. La muerte se abría paso a través de mi sangre cual si todo mi ser estuviese congelándose.
Amanecer.
Como una imagen celestial los destellos del sol naciente proyectaron su luz sobre el cuerpo contraído de mi compañera. Fue una visión divina ayudada también por mi alta fiebre.
- ¿Porque no he muerto ya?
Los cipreses suspiraron con el viento.
- Aquella gota que bebiste es la que ralentiza el proceso.
Me puse en pie con mas facilidad que antes. ¿Se tratarían de aquellos bríos que preceden a la muerte como oportunidad para despedirte?
Corría una brisa quieta, parsimoniosa que movía las hojas de los cipreses y las flores que ornamentaban los nichos, solo Jane Doe y las estatuas de piedra que velaban las tumbas permanecían estáticas al contacto con el viento. Estando en el mismo espacio no pertenecían a la misma dimensión. Eran algo elevado, etéreo, alejado de toda expectativa humana, hablaría de divinización pero los ángeles me señalarían sentenciosos con el dedo.
- Vuélvete al nicho, mi dulce Jane Doe, está amaneciendo.
Y me di la vuelta para dirigirme de nuevo a casa. Morir, me fundí con la muerte, la besé, la deseé y los dioses del cielo han decidido que mi lujuria debía ser sancionada con la estocada final de la muerte. Y ha sido la muerte enamorada la que se ha llevado mi futuro.
Pero también la que me había hecho sentir mas viva que nunca.
El olor de mi amada Jane Doe embriagó a mí ser, se estaba extendiendo por todas las direcciones. No pude reprimir mis deseos de voltearme para observar su éxodo.
Pero seguía allí ¡Oh dios mio no había marchado!
- ¡¡Jane!!
El resplandor dorado del sol enzarzaba lingotes de oro en sus tirabuzones, y la piel relucía con un esplendor plateado y se iba agrietando en contacto con la luz divina de la estrella madre, de cada grieta que se dibujaba en su piel espoleaba como del interior de su cuerpo un vapor pesado, que no se fusionaba con el ambiente si no que permanecía compacto e implacable en su ascensión al cielo.
Allí, sentada mi Minerva, mi diana, mi diosa de afilados colmillos sedientos de sangre, se iba agrietando cada vez mas, líneas que rasgaban sus brazos, sus largas y delgadas piernas, sus pálidas y apolíneas mejillas, una ánfora partiéndose en mil pedazos, parecía un volcán a punto de regar la tierra con su lava.
<Jane Doe lo es, ella es la muerte>
- ¡¡No tienes porqué hacer esto, Jane, no mueras, seguro que encontrarás otra escusa, otro entusiasmo que guíe tus pasos, tu que puedes aspirar al conocimiento del alma humana, al escrutinio de su evolución, tu que puedes ahondar en las profundidades de los misterios del todo y de su existencia, no dejes que tu naturaleza romántica lo destruya todo!
De repente volvió el rostro a mí, cadavérico, como una escultura helenística de color de mármol y grietas cada vez más pronunciadas en su imagen inmaculada de una criatura bella por la gracia del absurdo, el mal vestido en traje y corbata. De todos modos nunca, aunque sea ella la causa de mi enfermedad, podré afirmar que su procedencia sea maligna. Ha sido para mi la esencia de lo bueno, el ángel que te arropa por las noches y vela tus sueños.
- ¡¡Jane Dooe no lo hagas por favor!!
Caí de rodillas de nuevo y me hice sangre en la palma de las manos. Lloraba desesperada, impotente.
Jane Doe juntó las manos en señal de plegaria y una aureola dorada rodeó su cuerpo vedando a mi vista poder atestiguar lo que sucedió de ella a continuación. Esta especie de huevo etéreo que la circundaba despidió unos destellos tan intensos como la propia luz del sol y tuve que cerrar los ojos y torcer mi semblante hacia un lado, deslumbrada.
- ¡¡¡JANEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!!!!!!!!!
Exclamé a pleno pulmón, desesperanzada, sin corazón.
Cuando los destellos perdieron viveza me giré en busca de mi querida, de mi hacedora, Jane Doe.
En el lugar donde mi anciana, mi joven serafina había tomado asiento no quedaba nada. Ni tan siquiera las ropas que cubrían sus voluptuosas formas. Nada. Absolutamente nada, el fin de la locura.
Golpeé con fuerza e ira el suelo, quería herirme las manos, quería destruirme, partirme en diez mil pedazos que volasen en la dirección que hubiese tomado su cuerpo, su alma, aquella consciencia que dormitaba ahora en silenciosa simbiosis con el cosmos.
Y, cuando la desolación atacaba como carcoma a mi mustio corazón sentí el azote de un viento procedente de las mas internas entrañas del cielo, del emplazamiento divino donde se guarda el en si del amor, de la felicidad y de la esperanza y acompañado de un centenar de plumas grises que sin duda formaban parte de las alas de mi querida Jane, este viento me devolvió una paz pasajera, un estado de seguridad eterna. Jane Doe estaba conmigo, me estaba abrazando y yo lo estreché entre mis brazos.
Pero se disipó, y con él, toda mi felicidad.
Salió despedido hacia los cipreses e hizo silbar a las hojas. Me quedé allí, de rodillas y sola en el cementerio delante de una fosa cuyos restos desconocía, el graznar de los cuervos sonaba con irritante insistencia porqué tenían hambre y quejumbrosos esperaban con paciencia agotada que me rindiese por fin al cieno.
La enfermedad volvió a tomar la voz cantante en mi organismo. Los dolores se cernían sobre mí y me hicieron encoger en contracciones.
El camino a casa fue tan largo como probablemente le había resultado a Jane la eternidad, aún ahora me pregunto con que fuerzas caminaba, pero lo hice, me dirigí a casa avanzando junto al amanecer, la gente alzaba las persianas, las palomas emprendían el vuelo matinal en dirección a las plazas y la ciudad recuperaba una vitalidad que se expandía por todas las direcciones.
Solo yo sabia que la luz del alba me conducía de camino a la muerte.
Habría vivido, habría soportado vivir sin Jane Doe si ella hubiese decidido no verme jamás, mis recuerdos de ella habrían claudicado afirmándola como una sugestión, una invención producida por...¿El aburrimiento tal vez? Pero ella era incapaz de seguir existiendo con la culpa de mi fenecimiento, y yo no quería vivir ahora que esa culpa la había matado.
<Mentirosa> Susurré, quería que el cielo me oyese. <Me dijiste que mi atracción hacia ti, mi inefable amor era producto de un hechizo, hijo de tus poderes y ahora que has muerto te digo, querida mía, que mis sentimientos se han ido incrementado, te atesoro en el recuerdo y no puedo evocar imagen más bella que la tuya>
Este dolor es demasiado real, me desgarra, me agangrena el pecho, tal vez empatizaría con la fauna y de rodillas proferiría el lamento mas desgarrador que la tierra nunca hubiese escuchado
Al llegar a casa me encontré a papá en la puerta, pálido, ojeroso.
Mi aspecto seguro, era mucho peor.
- Te quiero papá
Le dije, y la voz fue tan leve como un suspiro.
- Yo también Cathie - y rompió a llorar, se secó los ojos con la manga de la camisa y se repuso- Si ves a mamá dile que la quiero, y que te cuide.
Asentí y me dirigí al cuarto.
Ahora tumbada en la cama no soy capaz de sentir, como si me estuviese vaciando. Debe de ser la muerte que me calma.
Morir, ¡Qué gran alivio! sé que cuando cierre los ojos moriré y esa idea me reconforta tanto. ¿Que haría en vida? Que sentido tendría, si no soy capaz de sentir nada, aunque viviera mi corazón se habría quedado parado en aquel momento, en el momento en que el viento divino se esfumó como una brisa y, del mismo modo que mi angelical amiga, deambularía por la vida errante, un espectro sin destino ni huella cuyo sino es avanzar, sería el reflejo de algo que sin ni siquiera es real. Al menos allá donde vaya puede que te vea de nuevo.  Oh dios es cierto, puede que te vea de nuevo. Y no habrá crepúsculo que nos separé, ni fronteras que distancien a  nuestras almas. Sé que allá donde estés te encontraré y si yo no logro dar contigo vendrás tu en mi búsqueda y me sostendrás con tus manos, entonces tan glaciares como las mías. Y mamá también, y me dará los abrazos que no ha podido darme desde su partida.
Las cortinas danzaron con el suave viento y la luz del sol que se filtraba entre la tela de las cortinas naranjas aportaron una agradable y acogedora calidez a mi cuarto, una harmonía cromática en la que se encontraba un todo en el todo.
Tanta paz.
Cerré los ojos y respiré tan dificultosamente que pensé que podría acelerar el proceso si dejaba de inspirar. El sencillo último suspiro.
Ángel mio, tengo tantas cosas que agradecerte, si no te hubiese conocido tal vez hubiese vivido pero ¿Para qué? No habría conocido el mundo como lo conozco ahora, no habría intimado con mi corazón, sería una vagabunda eternamente perdiendo la fascinación por lo circundante y aunque ahora muera me constará que he vivido momentos tan intensos como el propio fallecer. ¿Me oyes, puedes oír mi mente, la mente desvanecida, moribunda que te piensa y que te venera? Te quiero mucho, demasiado, es un sentimiento inexpresable cuyas honduras no recoge la lengua humana y no solo no te guardo ningún rencor si no que añoro ya tu tímida presencia, la compañía que ofrecías y que expulsaba del interior todo malestar o inseguridad.
Ven, tú, la que iba disfrazada de pasión, tú que eres la muerte enamorada. Ven, encuéntrame.
Puedo olerte, el olor de tus cabellos, la suavidad marina con la que acaricia mi olfato y apacigua como un bálsamo curativo mis dolores, ¡Qué placer el de la dulce locura! ¿Has extendido tus alas, me vienes a buscar?
Las pulsaciones cesan y el diario cae de la cama.
El viento golpea las cortinas abriéndolas de par en par y la luz del exterior hace brillar al cuerpo que yace sobre la cama.
Corre, cruza el horizonte y alúmbrame el camino.
Fue entonces cuando el alba se me echó encima.



Mitsuki Murray Original, don't copy,